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Nosotras, las mujeres

  • Foto del escritor: Mujeres Históricas
    Mujeres Históricas
  • 30 abr 2020
  • 3 Min. de lectura

Una vez, a eso de los doce años, fui a comprar al supermercado de al lado de mi casa y cuando me acerqué a la góndola para agarrar un yogurt dos hombres se interpusieron y no me dejaban salir. Les pedí que por favor me dejaran seguir mi camino y comenzaron a reírse dejándome pasar por un estrecho espacio. Al salir del supermercado, la odisea continuó cuando un grupo de hombres sentados en la vereda me gritaron riéndose: ¿Vas sola o te acompaño?

Cuando llegué a mi casa estaba aterrorizada pero igual hice como si no pasará nada, no quería preocupar a mí mamá, ya que pensaba que tampoco era tan grave. Yo con doce años, y antes también, estaba normalizando las actitudes de estos hombres. Era una situación horrible, pero era habitual que esto pasará cuando iba a comprar o salía a la calle; ya sea sola o con mi madre.

Otras cosas, que no parecen importantes por su naturalización, como juntar la mesa, lavar los platos y limpiar la casa por el simple hecho de ser mujer, tener que escuchar que soy menos inteligente, que me digan que me tengo que vestir de una forma más femenina o ser juzgada por tener pelos también me sucedieron. Pero a su vez, y con tono que mostraba, angustia, preocupación e impotencia, he escuchado contar a amigas y compañeras frases como estas: “cuando estaba esperando el colectivo en la estación, un hombre me agarró el culo” y “el novio de mi prima abusó de mí, y cuando lo conté nadie me creyó y me trataron de loca” o, lo que es más grave, saber que en el curso de al lado una chica fue abusada por su compañero en una fiesta.

Así, podría escribir innumerables situaciones que me hacen creer que pertenecemos a un sistema en cual el hombre tiene impunidad frente a la mujer. Creyéndose superior, parece tener algún tipo de “legitimidad” para violarnos, abusarnos, acosarnos e incluso sexualizarnos. Sin importar nuestra edad, nuestra ropa, ni el lugar donde transcurran los hechos. Puede ser nuestra pareja, nuestro primo, nuestro tío, nuestro abuelo, un señor a la salida de un boliche o un hombre en el colectivo a plena luz del día.

La gente se aterroriza con las mujeres muertas que aparecen en los medios de comunicación (que no son todas porque hay millones de femicidios sin revelar), pero ante una nota de que nos arrebataron a una compañera, nos rechazan la denuncia por falta de pruebas, nos juzgan si tomamos demás, nos preguntan que le hicimos a nuestro agresor para que nos haga lo que nos hizo, nos preguntan qué tan corta era la pollera que llevábamos y cuál es nuestra necesidad de provocar continuamente.

Porque es más fácil echarle la culpa a la víctima que al victimario, es más fácil justificarlo con una pollera corta y unos tragos de más, a cambio admitir que la sociedad le otorgó “permiso” a los hombres a hacer lo que quieran con nosotras total, al fin y al cabo, nunca terminan siendo juzgados.

Ninguna de nosotras está exenta de que esto nos pase, si es que ya no nos pasó antes, alguna de las cosas que mencioné. Lo único que nos queda es tenernos las unas a las otras, saber que no estamos solas, que entre nosotras no nos vamos a juzgar sino que nos vamos a acompañar.

Agustina Musa




 
 
 

1 Comment


Federica
Apr 30, 2020

Muy buena reflexión 💪

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